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jueves, 26 de abril de 2012

Capitulo 2

Sigo inmersa en mis pensamientos cuando mi madre entra en la cocina.

- Qué haces despierta? deberías estar descansando, hoy es un día importante, cielo.- me dice con la voz cansada.

- Lo sé, es que no tenía sueño.

Me dedica una sonrisa y yo la miro a los ojos, antes era una persona tan alegre que, con solo mirarla, te hacía sentir mejor. Pero desde el día que perdió a Robin, por mucho que se esfuerce en ocultarlo, hay una pena en sus ojos que sé que nunca desaparecerá.

Juntas comenzamos a preparar el desayuno. Mi padre aparece unos minutos más tarde, con una enorme sonrisa en la cara. Al pasar por mi lado me aprieta el hombro como signo de saludo y se sienta en la mesa.
No sé porqué me sorprende que esté tan feliz, su gran sueño era que uno de sus dos hijos ganase alguna vez los juegos, y como Robin no lo consiguió, espera que yo me presente voluntaria y gane.
No sabe lo equivocado que está, si voy a los juegos, prometo que no será por voluntad propia.

Cuando acabo de comer, me encierro en mi habitación. Me quedo unos minutos sentada en la cama, sin saber que hacer ni que pensar.
Unos golpes se oyen en la puerta y mi padre me dice que me de prisa, quiere llegar pronto a la plaza.
Respiro hondo y me dirijo hacia el armario, observo toda la ropa y me decido por uno de mis vestidos favoritos, es azul claro, me llega hasta la rodilla y las mangas se acaban antes de llegar al codo. Me observo en el espejo, miro mi pelo, es rubio, liso y me llega hasta un poco por debajo del hombro, decido dejarlo suelto, y salgo por la puerta.

Cuando llegamos a la plaza ya hay mucha gente, la mayoría son caras conocidas, adultos y niños que me saludan cuando paso a su lado. Mi padre es un hombre muy respetado y conocido, por lo que todos me conocen a mi.
Busco mi sección y me sitúo entre las chicas de mi misma edad. Me fijo en sus rostros, algunas de ellas muestran relucientes sonrisas, la gran mayoría. Mientras que unas pocas, miran hacia el frente con los ojos llenos de pánico. Ojalá pudiese dejar que mi cara mostrase el miedo que siento, pero no puedo. Así que en su lugar, esbozo una pequeña sonrisa y me trago la impotencia. Sonrío, porque así se supone que soy, así es como todo el mundo quiere que sea, como todos ellos, fría, segura de mi misma, arrogante y cínica.
Las puertas del gran edificio se abren, apretó los dientes y me preparo para soportar otra cosecha más.

martes, 24 de abril de 2012

Capítulo 1


Son las cuatro de la madrugada y aunque llevo horas en cama, no consigo conciliar el sueño. Tengo demasiados pensamientos en la cabeza, así que decido levantarme, porque no creo ser capaz de cerrar los ojos.
Me visto, y sin hacer ruido, salgo de casa.

El viento frío de la noche hace que me estremezca, pego los brazos al cuerpo para mantener el calor y echo a andar. Me gusta salir fuera a estas horas, principalmente este día, todo el mundo duerme porque mañana es la cosecha, llevan esperándola todo el año.

Ya estoy llegando a la antigua casa de madera, esa que cuando éramos pequeños mi hermano y yo descubrimos oculta tras unos grandes arbustos.
Este lugar me recuerda a él, era el único sitio donde podíamos ser nosotros mismos, sin tener que fingir.
Hace tres años que el nombre de mi hermano salió elegido, Robin tenía doce años, si no hubiera sido por aquella niña del distrito dos, mi hermano hubiese ganado los juegos.
Le echo mucho de menos, cada vez que pienso en él un nudo se me forma en el estomago y me cuesta respirar.
No entiendo porqué la gente de mi distrito adora tanto al Capitolio. Es que no lo entienden? Salir elegido no es algo que haya que festejar, si no todo lo contrario. Cada año, ven morir a niños de su propio distrito, niños a los que han visto crecer. Nos arrebatan vidas humanas, y eso debería destrozar familias. Pero no, aquí no.
La noche que Robin murió, recuerdo estar dormida en mi habitación y haber escuchado unos gritos que hicieron que me levantase a ver que pasaba. Al asomarme a la cocina y echar un vistazo a la vieja pantalla, vi como el cuerpo de mi hermano cubierto de sangre, yacía en el suelo de la arena. Caí al suelo llorando y en ese momento mis padres se dieron cuenta de mi presencia, mi madre vino a abrazarme, mientras que mi padre, con una expresión de desprecio en la cara, salió de casa.
Nunca olvidaré ese momento, acababa de ver a su propio hijo morir desangrado y no había rastro de lágrimas o desesperación en su rostro, solo vergüenza.

Pasé semanas sin ir al colegio, fingiendo estar enferma. Mi madre lo sabía, pero me dejó descargar mi pena. Durante los primeros meses, cuando mi padre no estaba en casa, escuchaba los gritos y los sollozos de mi madre, pero delante de los demás, actuaba como si nada hubiese pasado. Al principio sentí rencor hacia ella, pero conforme fue pasando el tiempo, entendí que lo que se esperaba de ella es que fuese fría, como la gente que la rodeaba, por eso tubo que fingir no llorar la pérdida de su hijo.


Sin darme cuenta, me he quedado dormida. Cuando me despierto ya está amaneciendo, vuelvo a casa corriendo, porque no quiero que mis padres se enteren de que he pasado la noche fuera de casa.

Cuando llego me quedo sentada en la cocina, dentro de unas horas comenzará la cosecha.
Sigo preguntándome si saldrá mi nombre. No lo creo, aunque ya ha pasado otras veces, eso de que vayan a los juegos dos miembros de una misma familia.
Ya he vivido cuatro cosechas, y la verdad, hay veces en las que pienso que los tributos son elegidos por el Capitolio, como si en las urnas todas los papeles llevasen el mismo nombre gravado.